Cuando eramos niños, solo había una cosa que nos separase de divertirnos al máximo: la gravedad. Esa fuerza insondable que nunca perdona, y que siempre nos empujaba de vuelta a la tierra, justo cuando estábamos a punto de robar aquella manzana del árbol del vecino.
En los años ochenta sucedió algo increíble. Miles de niños pudieron ver el video de «Smooth Criminal» y observar al gran Michael Jackson mientras bailaba como solo él sabía, vistiendo aquel icónico traje blanco. De improviso, con la mayor facilidad, se inclinaba 45 grados, pasándose la gravedad por salva sea la parte. Para muchos (supongo que físicos e ingenieros adultos incluidos) todo se detenía por unos instantes. El mundo del espectáculo nunca volvió a ser igual.
Con el tiempo, claro, aquellos niños crecieron y se dieron cuenta de que el más épico movimiento de baile del mundo no era resultado de las habilidades sobrehumanas de Jackson, sino de un par de cables invisibles, inventiva y mucha postproducción.
Al conocer la reacción del público ante aquella aparente proeza técnica, el rey del pop se propuso recrear esa rutina de baile en el escenario, frente a todo el mundo. Sin embargo, sabiendo que sería «un poco» más difícil bailar con cuerdas mientras actuaba en vivo y sin efectos especiales ni postproducción, el artista tuvo una idea de cómo hacerlo: desarrollando un zapato especial para lograr esta maniobra imposible.
Así, junto con Michael Bush y Dennis Tompkins (diseñadores de vestuario de Jackson) imaginó un mecanismo de enganche que se montaría en la superficie de los escenarios donde realizaba sus espectáculos (y que se activaría en el momento adecuado), y zapatos especialmente concebidos para unirse a él, con sujeciones y clavijas especiales, permitiendo así a la estrella sostenerse sin necesidad de mantener su centro de gravedad directamente sobre sus pies.
Los tres, conscientes de la importancia de su invención, presentaron en 1992 una solicitud formal de patente a la Oficina de Patentes y Marcas de EE. UU., explicando las razones por las que les debería ser concedida. Hay tres requisitos principales que deben cumplirse al solicitar una patente, aún en vigor hoy en día. Primero, debe cumplir con el requisito de novedad, ser nuevo, total o parcialmente, o de acuerdo con los estándares de propiedad intelectual. En segundo lugar, debe constituir un esfuerzo creativo verdadero, y finalmente, presentar una forma nueva o más eficiente de resolución de problemas.
Su solicitud fue aceptada y parece que cumplió con todos los requisitos mencionados anteriormente, ya que, el 26 de octubre de 1993, la Oficina de Patentes y Marcas de EE. UU. concedió oficialmente su solicitud de derechos de patente al artista sobre » Método y medios para crear ilusión antigravedad ”, siendo la patente de Estados Unidos nº 5.255.452.
La ilusión era simplemente sublime, los zapatos funcionaban muy bien y recorrieron todo el mundo haciendo creer al público que Michael Jackson verdaderamente desafiaba la gravedad. La magia parecía real. Al menos hasta septiembre de 1996, cuando, durante un concierto en Moscú, uno de los talones se soltó de su clavija y dio lugar a que Michael sintiera toda la venganza de la naturaleza al salir prácticamente volando sobre el escenario.
Como se informó poco después, el diseño se revisó y rehizo con mayor seguridad más tarde para evitar que tales accidentes volviesen a ocurrir, y el zapato roto y su hermano gemelo terminaron en posesión del Hard Rock Cafe de Moscú, donde permanecerían hasta después de la muerte de Jackson. Finalmente, los zapatos del rey del pop se venderían en subasta por la friolera de 600.000 dólares. Por desorbitado que pueda parecer el precio, sería poco en comparación con lo que estaríamos dispuestos a pagar por ver al artista de nuevo sobre el escenario. Su danza inmortal sigue viva en las mentes de varias generaciones, junto con el legado artístico que dejó y que, de seguro, perdurará mucho, mucho tiempo.