“¿Vienes sola?” Me pregunta una mujer cuando apenas he entrado en la sala. Le contesto que sí, un poco abrumada por el abordaje cuando aún ni me he sentado en mi silla. La sala está a oscuras y no alcanzo a verla bien, pero puedo apreciar que lleva un vestido de seda largo, unas enormes pestañas postizas de color plateado y varios botes de colonia encima. Es Georgina Rey. “No te preocupes mi amor” me contesta entre risas con acento argentino “de aquí todo el mundo sale acompañado”. Y se va.
Miro a mi alrededor un momento, cerciorándome de que he entrado en la sala correcta. La sala Lola Membrives, en el Teatro Lara. Descolocada, me acomodo en mi asiento y observo por primera vez el escenario. Un micrófono con un pie a gran altura descansa en el centro, iluminado por un foco. Detrás, unas cortinas de papel decorativas, como las de las fiestas de cumpleaños. De color rosa brillante y aspecto un tanto endeble. Al fondo de la sala, proyectado sobre la pared hay un nombre y un número de teléfono. “El karaoke de los sentimientos” puede leerse.
Mientras espero a que empiece la obra, vuelvo a percatarme en la mujer, que pasa de grupo a grupo, como saltando, hablando con todo el mundo. Me descuido un momento, mirando algo en mi teléfono y cuando alzo la mirada de nuevo la tengo encima. “Cariño” me dice agarrándome del brazo “apunta ese número de teléfono que ves en la pantalla, que van a pasar cosas”. Y entonces me empiezo a poner nerviosa de verdad.
Mientras anoto el número, con cuidado de no equivocarme, el clásico aviso de teatro suena por la megafonía: “Les recordamos que la función está a punto de comenzar. Apaguen sus teléfonos móviles y…” Pero nadie escucha el final del anuncio. La mujer que ha estado paseándose entre el público se acerca al micrófono y dice: “No la hagan caso” refiriéndose a la voz de la megafonía “aquí nadie apaga el teléfono. De hecho, quiero ver todos sus teléfonos encendidos”. Cuando se asegura de que nadie lo ha apagado vuelve a situarse frente al micrófono. Ahora su expresión es seria e imponente. “Hoy les voy a contar mi historia”.
Lo que pasó a partir de ahí, no lo vamos a desvelar.
Mori(r) de amor es toda una experiencia teatral. Una mezcla de musical (o karaoke), comedia y monólogo que te mantiene al borde del asiento todo el tiempo. Una miscelánea de muchas cosas: de performance y de improvisación; de comedia y drama; de tabúes y banalidades, de vida y de muerte… Que te invita a replantear la gravedad de los asuntos, a relativizar el miedo que le tenemos a las cosas más naturales del mundo y a descargar energía. Roza la incomodidad en algún momento, acercándose con la bandera del humor a algunos de los temas más peliagudos de nuestra sociedad.
A través de canciones y chascarrillos descubrimos las historias de Rosaura (o Daniel), y de todos aquellos que se atreven, y quieren, compartir sus sentimientos con el resto. Algunos actores de la obra, otros esporádicos visitantes.
La forma más animada y amena de hacer terapia se lleva a cabo en el garaje de Daniel, con esa decoración de baratija que a él (o ella) tanto le gusta. La estética dice mucho de la obra: es simple, sin recargamientos ni circunloquios, pero muy intensa y rimbombante. Al igual que los protagonistas (Jesús Diaz Morcillo y Georgina Rey) quienes te harán subirte al carro de sus historias y experiencias, nada extraordinarias pero muy extravagantes, y te harán olvidar todo aquello que te preocupe.
Con texto de Pablo do Reis Rosaura y Jesús Díaz Morcillo, Mori(r) de amor puede disfrutarse en el Teatro Lara hasta el 1 de agosto. Eso sí, hay que ir sin esperar nada y con disposición a dejar que todo pase (ah, y con ganas de divertirse).