De las cosas que más orgullosa me siento es de haber recibido la educación – de cuna y de camino – para ser cada día más consciente de lo afortunada que soy. Salud, amor y trabajo. El trípode de los deseos navideños que llevo escuchando desde que tengo uso de razón. Gracias a Dios, un año más hago pleno, y por eso me puedo permitir el enorme privilegio mirar un poquito más allá a la hora de hablar de la Navidad.
La Navidad la recuerdo siempre como una época mágica. Primero, fueron los regalos, la emoción que despierta que algún ser encantado se cuele en casa para recompensar el buen comportamiento con uno de los miles de deseos materiales que llenaban año tras año mis cartas. Conforme creces los regalos siguen haciendo ilusión, pero pierden el papel protagonista y empiezas a ser consciente de que lo verdaderamente mágico son las manos humanas y cotidianas que los entregan.
El paso de los años también obliga a asociar la Navidad con las ausencias. Aunque, en realidad, creo que la Navidad es la época del año en la que nos obligamos a tomar consciencia de lo que tenemos en el día a día, porque quien falta en Navidad también falta una tarde de octubre, y las manos que regalan siguen siendo un regalo en el calor del verano.
«La mesa de Navidad es la herencia de la alegría pasada y presente, de dar gracias y pedir que los que estemos sigamos estando, de recordar que los que no están también siguen estando en el recuerdo y en la semilla de amor que ayudaron a sembrar y que hoy, en estas fiestas, sigue germinando»
Con el trípode cubierto puedo decir a boca llena que para mí la Navidad es alegría. Alegría, especialmente, por saber que la piedra angular del trípode, el amor, sigue estando en mi vida tan estable como siempre. Alegría porque hace más de dos mil años un niño vino al mundo a garantizarnos un Amor que se escapa a la más lucida de las razones, y lo hizo por medio de otro amor inmenso, el de una madre que no dudó en dar su sí como garantía de seguridad de Amor y salvación. Por ti y por mí, para ti y para mí.
Fruto de sentir la intensidad de esa alegría viene la alegría que supone ver la mesa llena. Con más o menos platos, con más o menos lujos, con más o menos sillas ocupadas, la mesa de Navidad es la herencia de la alegría pasada y presente, de dar gracias y pedir que los que estemos sigamos estando, de recordar que los que no están también siguen estando en el recuerdo y en la semilla de amor que ayudaron a sembrar y que hoy, en estas fiestas, sigue germinando.
«El niño nace y me vuelvo niña, y pase lo que pase siempre queda una excusa para sacar a bailar a la alegría»
La alegría de la Navidad también está en los que inundan mi vida con su espíritu todos los días. Ser consciente de mi suerte también me ha hecho ver un poquito mejor que la magia que se le atribuyen a estas fechas la tengo en cada ratito de mi vida. Por eso, felicitar la Navidad es, para mí, una forma dar las gracias a todos los que han sido y son un poquito responsables de mi alegría. Mi deseo para estas fechas es poder devolver toda la Navidad que recibo, ser eco del Amor del niño que nace también para mí en la vida de todos los que con sus dosis de cariño dan sentido a la mía.
En Navidad rescato a la niña que fui y sigo atesorando en algún lugar. Rescato la ilusión por lo pequeño y se la sumo a lo aprendido, a esa consciencia de análisis de la fortuna que empaña mi vida. El niño nace y me vuelvo niña, y pase lo que pase siempre queda una excusa para sacar a bailar a la alegría. A pesar de las ausencias, a pesar de las buenas o malas rachas con las que haya coincidido en calendario. La Navidad es, para mí, la oportunidad de oro para ser feliz por lo que debería serlo cada día, para agradecer por la consciencia y por la suerte, pero sobre todo por el amor y el Amor que se siembra y se recoge y que, en esta época más que nunca, tengo el privilegio inmenso de tener en mí.
Ojalá sea Navidad un ratito cada día en nuestro corazón. ¡Feliz, feliz Navidad!