El desamor ataca a la memoria. Imágenes creadas y no creadas se hacen eco entre recuerdos que fueron o pudieron haber sido. La repetición constante del pasado y sus fantasmas eclipsan un presente que es duelo, avivan la llama cuando más implora ser apagada. El amor, cuando duele, duele en el recuerdo y el anhelo, y duele hasta decir basta, porque ninguna trinchera salva del bombardeo de la mente. De esto nos habla ‘Paloma negra’.
Ambientada en un México que fue refugio de los artistas españoles exiliados tras el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936, esta obra de Alberto Conejero nos pone de frente ante una historia de amor en tierra de nadie. El dramaturgo retrata en ‘Paloma negra’ un desamor huérfano de patria que se pierde en el desamparo de un desierto que tiene más que ver con lo metafórico que con lo literal. La Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid se convierte en una casa en mitad de la nada mexicana que juega a ser cárcel y refugio, y que se encargará de deslocalizar en cuerpo y alma a quienes la habitan.
Pero el amor no tiene una sola forma de doler: el amor duele en tantas formas como agrada, y aquí se nos despliega el abanico de todas las flechas que es capaz de clavar. Desde el ego de una artista cuya fama cae conforme muere la libertad, el anhelo a una tierra que nunca fue patria, el amor no correspondido y la correspondencia sin amor, o una pasión que hiere y sana a partes iguales. Todas estas manifestaciones de amor van haciendo añicos las esperanzas, y como si de una paloma disparada se tratase, todas dejan repentinamente de volar.
‘Paloma negra’ es una historia de amor, pero también es una evocación a la memoria como droga adictiva que daña, pero sin la que es imposible vivir. Por un lado, el recuerdo de un pasado no muy lejano que despojó sin previo aviso a tantas personas de su derecho a la patria y al hogar, dejándoles huérfanos entre dos mundos sin llegar a ser de ninguno. Por otro lado, la memoria como salvavidas, como generadora de ilusiones que juegan a ser faro en el naufragio de la vida, aún sabiendo que hace tiempo que va a la deriva. Este elemento está presente a lo largo de toda la representación a través de la palabra, que en fondo y forma constituyen uno de los puntos de luz principales del montaje cuyo texto más bien valdría tenerlo en la mano para poder subrayar e interiorizar.
Junto al amor y la memoria el otro pilar de esta historia es el éxito y, con él, la añoranza de lo que fue. El éxito, como el amor, se presenta en diversas manifestaciones que conducen a un camino similar: el éxito es ser feliz amando y siendo amado, aunque no por ello este es siempre el destino final. La frustración de añorar y no llegar, de ser “el hombre que siempre ha querido” sin reciprocidad es lo que lleva a matar a la paloma, es lo que apunta al vuelo y decide, para siempre, que el cielo se convierta en tierra donde enterrar cualquier aspiración de felicidad.
Una obra con sabor agridulce y una profundidad que pide a gritos una relectura, ‘Paloma negra’ pone sobre las tablas de los Teatros del Canal un conflicto tan inherente al ser humano que duele verse en ello reflejado. La poética de su imagen y palabra nos lleva de la mano por el desierto que es a veces el viaje por la desolación, jugando a ser oasis pero sin ser más que el espejismo que recuerda que, con un leve optimismo, recuerda que el pájaro disparado un día también voló.