Me resulta muy cómico – a la par que un poquito triste – que aún hoy haya quien cuestione la existencia de este día. Si piensas así, permíteme decirte que no te has enterado de nada. El 8M no es ni una fiesta ni un ataque. No se trata de aplastar cabezas sin orden ni concierto, ni de situar a nadie por encima de nadie. Un año más conviene recordar que el 8M existe porque, aunque ya se hayan dado muchos pasos, aún queda mucho camino para lograr lo que verdaderamente se reivindica en este día: la igualdad real entre el hombre y la mujer.
Por eso, este 8M quiero sumar mi voz a esas reivindicaciones que pretenden evidenciar lo conseguido y lo que aún queda por conseguir, para no olvidar lo luchado y para tener presente lo que todos juntos, como sociedad, nos queda aún por caminar.
Reivindico a las que ya no están, a las que perdieron la vida por el simple hecho de ser mujer.
Reivindico a las que fueron antes que nosotras, a las que consciente o inconscientemente fueron derribando prejuicios y barreras, enfrentándose a una sociedad que les ponía todo en contra.
«Reivindico la empatía hacia las que siguen muriendo torturadas, las que sufren auténticas vejaciones contra su cuerpo, su vida y su dignidad»
Reivindico la noche para caminar segura, las llaves colocadas estratégicamente entre los dedos porque nunca se sabe qué puede pasar, el paso acelerado y los cascos sin música, el mensaje de “ya en casa” que devuelve la tranquilidad.
Reivindico a las que dan un paso adelante, a las que abren puertas para callar bocas y demuestran con su vida y obra que otra forma de actuar es no solo posible, sino necesaria. Reivindico a las que enseñan y educan para que esta llama siga viva, para que sepamos bien de dónde venimos y poder así saber hacia dónde avanzar.
Reivindico la empatía hacia las que siguen muriendo torturadas, las que sufren auténticas vejaciones contra su cuerpo, su vida y su dignidad, las que desconocen qué es ser libre, las que una palabra les puede costar la vida, y de las que tan a menudo nos olvidamos por cuestiones de proximidad.
«Reivindico la dignidad de su palabra y su voluntad, y todo el dolor que nunca jamás ninguna tendríamos que haber sufrido»
Reivindico a mis amigas y su libertad, a su fortaleza por deshacerse de un yugo que les ha sido impuesto, a su trabajo cada vez que se miran al espejo y se esfuerzan por ver a la mujer que hay más allá de ser la gorda, la zorra, la estrecha o la borde.
Reivindico a mis amigas y los ‘no’ que nunca fueron escuchados. Reivindico su derecho a no sentirse sucias ni culpables por un error que no es suyo. Reivindico la dignidad de su palabra y su voluntad, y todo el dolor que nunca jamás ninguna tendríamos que haber sufrido.
«Reivindico todas las palabras que me callaron porque consideraban que mi opinión no era válida»
Reivindico a mi madre y a mis abuelas, hijas de otros tiempos donde la vida que yo tengo no rozaba siquiera el rango de utopía. Reivindico – y agradezco de todo corazón – su esfuerzo por hacer de mí una mujer libre y valiente, por inculcarme el valor de la independencia, por demostrarme con su vida y su lucha que quien dijo eso del sexo débil no les había visto nunca plantarle cara a un contexto en contra para hacer de sí mismas y de su historia algo de lo que sentirse (y por lo que me siento) verdaderamente orgullosas.
Reivindico todas las palabras que me callaron porque consideraban que mi opinión no era válida. Reivindico las veces que esos silencios se tradujeron en mi criterio parafraseado, que puesto en boca de un hombre parecía tener más valor.
Reivindico los espacios donde nuestras palabras sí que son escuchadas, los oídos donde calan, las conciencias que asimilan y ejecutan, que entienden que para salir a flote debemos remar todos en el mismo sentido, que aspiran hacer del mundo un lugar mejor.
Reivindico mi derecho a equivocarme, y reivindico aún más mi derecho a la mediocridad. Que ser mujer no implique tener que rozar la perfección para demostrar la valía. Como dice la canción de Rigoberta Bandini: “que si tengo la cabeza en otro lado los domingos me dejéis que me apalanque en el sofá”.
Reivindico a todas las que fueron y son brillantes y la Historia se empeña en esconder. A todas esas que siguen sin salir en los programas de estudio, cuyos nombres jamás se escucharán en un aula, que han sido condenadas al anonimato y al olvido a pesar de la grandeza de su obra.
Reivindico a las madres, a las que no quieren serlo, a las que piensan como yo y a las que no. Reivindico el respeto, la tolerancia y la libertad. Reivindico el derecho a no ser victimizada ni infantilizada, pero tampoco ninguneada o despreciada. Reivindico que no se nos considere ni más ni menos, sino que seamos tratadas como lo que somos: seres humanos con una historia de éxitos y de errores, con anhelos, frustraciones y con sueños por cumplir. Que nuestra vida, como la de todo ser humano, sea valorada con la dignidad que merece la vida.
Por todo esto y mucho más, el 8M sigue siendo necesario. Y hasta que no lo logremos, seguiremos. Porque está en nuestras manos, en la tuya y en la mía, que el día de mañana el 8M no quede nada más por reivindicar y que, entonces, podamos celebrar con orgullo todo el camino andado hasta conseguirlo.
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