La pandemia mundial nos ha demostrado una cosa que, aunque parezca obvia, está presente en nuestro día a día: que la realidad supera muchas veces la ficción. No estamos lejos de ficciones postapocalipticas representadas en películas como Soy leyenda o La carretera. Es cierto que imaginar una devastación y colapso total de la humanidad es muy descabellado, pero el coronavirus nos ha puesto en nuestro sitio.
Uno de los ámbitos más afectados por la pandemia mundial ha sido el séptimo arte, sobre todo durante la conocida como primera ola cuando miles de rodajes fueron pospuestos y los cines (como acontecimiento social) tuvieron que cerrar. En este caso la ficción televisiva, al no necesitar de una recaudación, ha sido la clara vencedora. Se estima que la industria del cine podría perder entre 20.000 y 30.000 millones de dólares este año (una caída del 50%).
En cuanto a nosotros como espectadores, desde que se levantó el veto del confinamiento y los cines pudieron reabrir, hemos acudido menos y con un sentimiento de añoranza. Ante la falta de grandes estrenos, el sector está sobreviviendo a duras penas. A excepción de Tenet que provocó que la gente se movilizara para ver la nueva película de Christopher Nolan.
Entonces, ¿Qué haríamos si cierran los cines? ¿Volverían a reabrir en las mismas circunstancias que antes de la pandemia? ¿Los espectadores echaríamos de menos los cines? Yo como amante de la experiencia cinematográfica en una sala de cine, debo reconocer que sin salas de cines, nos quedaríamos sin emoción, sin arte, sin empatía, sin creatividad, sin intelectualidad, sin diversión… alguien avispado podría decir que todo eso podríamos encontrarlo en las plataformas de video bajo demanda. En parte es cierto, pero por muy buena oferta mensual que ofrezca Netflix o HBO, la calidad de recepción de la ficción sería prácticamente nula en comparación con una sala de cine.
Por lo tanto, el cierre de las salas de cine nos dejaría exentos del arte en su mayor esplendor. Tendríamos que volver a Netflix, HBO, Amazon Prime, Filmin para seguir cultivándonos y divertirnos, pero no sería lo mismo, la experiencia carecería de emoción.
Aun así, hay esperanza al final del túnel y toda crisis tiene consecuencias positivas. En este caso, el efecto directo en la industria es la paralización de las grandes producciones con un alto presupuesto: películas prefabricadas para reventar las taquillas. A partir de aquí, el movimiento lógico de las productoras debería ser financiar un cine independiente de calidad, dar voz a cineastas jóvenes con ideas, renovar el cine desde la narrativa y no desde la espectacularidad. Solo así el cine puede superar una crisis que se está alargando en el tiempo.
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