Se respira cierto alboroto. Es sábado por la noche, post San Valentín. Y la gente pasea exaltada (más que de costumbre). Están haciendo cola para uno de los espectáculos más famosos de todo Madrid: ‘La Llamada’, en el Teatro Lara.
La fila de impacientes se deshace a escasos minutos de que la función comience. Y cuando el interior de la sala Cándido Lara por fin se deja intimidar entre la marabunta ansiosa, los músicos dicen “Desconecten sus teléfonos. Para disfrutar del espectáculo y, sobre todo, para que no interfiera con la señal de Dios”.
La impaciencia, las expectativas y la emoción de muchos de los presentes es palpable. Una pareja no para de comentar lo emocionada que está y las ganas que tienen de sentir ‘La Llamada’.
El cartel se presenta, nuevamente, como un ingenioso guion, dirigido por Javier Clavo y Javier Ambrossi; buenas canciones, música en directo y un elenco inmejorable: Mar Abascal, Nerea Rodríguez, Lucía Gil y Erika Bleda. Sin duda, un cóctel barroco en el que la gente espera encontrar algo que la emocione y que le encante.
El cartel se presenta, nuevamente, como un ingenioso guion, dirigido por Javier Clavo y Javier Ambrossi; buenas canciones, música en directo y un elenco inmejorable
“Bernarda, una monja recién llegada, quiere salvar el campamento con su canción “Viviremos firmes en la fe”. Milagros, una novicia con dudas, recuerda lo mucho que le gustaba Presuntos Implicados. Y María y Susana, dos adolescentes castigadas, tienen un grupo que se llama Suma Latina. Pero desde que Dios se le aparece a María cada noche, todo está cambiando. Y es que a Dios le encanta Whitney Houston. La Llamada es un musical sobre la fe, con una banda de rock en directo y canciones originales”.
Todo está a oscuras y, de repente, la escalinata se ilumina dejando en evidencia a un Dios vestido de lentejuelas con un chorro de voz grave y penetrante. La emoción se materializa en forma de lágrimas que se acumulan en los lacrimales de los invitados. También en el vello erizado. No hay ninguna nota fuera de tono y los actores demuestran que saben jugar con los sentimientos del espectador. Sus voces retumban contra las paredes del teatro y regresan cargadas de dramaturgia.
Aunque, sin duda, uno de los momentos favoritos del espectáculo llega durante el monólogo de Susana (Lucía Gil): “soy bollera, me he enamorado de una monja y mi mejor amiga está enamorada De Dios. ¿Qué pasa? Aquí cada uno con lo suyo”. La platea comienza a vitorear bastante orgullosa. Y no hay duda de que el contexto ha cambiado.
Este musical goza de una increíble puesta lumínica que se adapta y crea picos álgidos según la intensidad de las canciones. Un cuadro iluminado del Papa, luces de neón, y los aires rockeros de una banda en directo que no se encarga solo de tocar, sino que es capaz de levantar a todo el teatro de sus asientos.
‘Sentir La Llamada’ es un grito de persuasión
Aunque eso no es todo, porque los zapatos ortopédicos, la fe ciega hacia los trajes de lentejuelas y las canciones de Whitney Houston provocan sonrisas y numerosos comentarios en boca de todos los presentes.
‘Sentir La Llamada’ es un grito de persuasión. Los presentes son incapaces de apartar la mirada, los giros de la obra les sorprenden y seducen. Pero es entonces cuando las voces dejan de sonar. La gente se levanta a aplaudir como si la vida les fuera en ello.
Sin embargo, los actores no se regocijan en el escenario. No se quedan más de lo necesario. Es difícil asumir que ha terminado. Porque, como escuchamos a un espectador, al salir “por unos segundos, y aunque no sepas muy bien en qué o en quién, tienes fe, crees. En algo o en alguien, pero crees; y que una obra pueda presumir de eso, dice mucho de ella (y de ellos)”.