Nunca antes había pasado miedo en el teatro. Tampoco había estado tan a oscuras en ningún teatro. Oyes movimiento tras el telón negro agujereado a propósito, pero al principio nada pasa. Te preguntas si hay algún problema o si es parte del espectáculo. Nada ocurre mientras tanto, tan solo algún sonido producto del movimiento.
Pasa el suficiente tiempo para que dudes hasta de los veloces destellos de luz que atraviesan tu campo de visión, sin saber muy bien si son reales o si por el contrario, son producto de tu imaginación que no soporta una oscuridad tan densa.
Entonces empiezan los rugidos, las respiraciones profundas y grutales, los ¿aullidos? He visto un ojo, ¿o no? Entonces recuerdo que la obra se llama “bestia mía”, y me planteo la posibilidad de que esos sonidos sean ciertos, y sean de la bestia. El tiempo sigue pasando, y ahora estoy segura de que he vuelto a ver ese ojo. El telón se despliega, las luces se encienden y vemos la escena. Aunque la bestia no vuelve a aparecer, la veo mucho más clara durante el resto de la obra.
Marta Pazos ha hecho una verdadera obra de arte en la Sala Francisco Nieva, que solo tiene 6 filas. Tres paredes altas y azules crean la ilusión del océano y reflejan el agua que hay en el suelo, dividido en cuatro franjas, dos cubiertas de agua y dos que harán la ilusión de superficie. Y es que Siglo mío, bestia mía es la historia de una travesía que se hace en barco.
“Estoy escribiendo la historia de mi viaje” nos canta Lola Blasco, la autora del texto, entre escena y escena del barco. Ese viaje le ha valido el Premio Nacional de Literatura Dramática de 2016 y es una lancha flotante a la que amarrarse en el siglo XXI.
A través de la travesía de tres personajes, El buzo (Hugo Torres), El piloto (Miquel Insúa), y Yo (Bruna Cusí), Lola Blaso aborda los problemas más humanos y más drásticos de este siglo que vivimos: el terrorismo, los refugiados, la otredad, las relaciones tóxicas… Temas que como seres humanos nos ponen entre las cuerdas, en dos extremos opuestos donde el pensamiento del que se encuentra en el contrario nos hace temblar de miedo o echarnos las manos a la cabeza.
La manera de tratar estos temas es indirecta, pero perfectamente entendible, como una lancha hinchable siendo pataleada entre tres personas sin identificar, como si fuera un partido de fútbol donde nadie quiere que el objeto entre en su territorio. “Para que los negocios prosperen no podemos estar todos en el mismo barco” dice El Buzo mientras los tres tripulantes negocian si subir o no al barco a unos niños a la deriva.
Las metáforas, otro de los recursos que abundan en el texto, quedan bastante explicadas. Son continuas las referencias a las velas y los vientos (propios del barco), cuando en realidad la vela simboliza la bandera, eso que ondea al aire, en primera plana, pretendiendo que se fije su atención en ello y definiendo al sujeto que lo porta.
La globalización de este siglo se presenta, sin decirlo, como el gran problema de esta generación. No porque ahora esté todo más conectado, sino porque ahora sabemos qué ocurre en todas partes, cómo es la gente que vive en otros continentes. “Son el enemigo porque yo no me reconozco en ellos” dice abiertamente El Buzo.
También se contraponen las ideas entre generaciones más jóvenes y más adultas, entre hombres y mujeres. Los benjamines se niegan a aprender los conocimientos de los mayores, aunque estos les insistan en que les serán útiles para la vida, como se evidencia más adelante. Las atrocidades de este tiempo parecen justificarse con la repetida frase de “cada época tiene sus costumbres” pero la realidad es que el costumbrismo no debe implicar el inmovilismo, y eso es algo que Blasco nos deja claro.
Tampoco hay lugar, aunque no lo parezca, para el catastrofismo. Cada elemento que nos hace temblar (como el rugido de una bestia) guarda dentro de sí mismo un significado puro y bello, que nos hace replantearnos la vida, el siglo, la bestia, desde otro punto de vista un poco más esperanzador.
Siglo mío, Bestia mía es la obra perfecta para todas esas personas que romantizan el pasado, que miran hacia el futuro tan solo por el hueco que sus manos protectoras les dejan, y por qué no decirlo, para aquellas personas que piensan que la bestia se ha comido la humanidad.
Está disponible en el teatro Valle-Inclán hasta el 20 diciembre