No somos perfectos. Nadie lo es. Incluso se podría decir que la perfección como tal, no existe. ¿Y entonces por qué nos empeñamos siempre en alcanzar nuestro “yo ideal”?
Siempre nos miramos y sentimos que estamos llenos de fallos. Siempre nos obsesionamos en buscar lo malo de nosotros y nos centramos únicamente en todo aquello que hacemos mal. No nos dejamos un margen de error. Nos culpabilizamos y nos criticamos con dureza cuando algo no sale como desearíamos y entonces aparecen los sentimientos de miedo, vergüenza e inseguridad.
Ahora “Imagina un niño pequeño que se ha tropezado y empieza a llorar. ¿Le diríamos que es un desastre y se lo merece por no estar atento? ¿O lo abrazaríamos y le daríamos afecto? Y si nuestro mejor amigo llora porque le ha dejado su pareja, ¿le diríamos ‘eres un desastre y no me extraña’? ¿O le daríamos palabras de aliento? Obviamente lo segundo, porque están sufriendo y queremos consolarlos”, nos dice el doctor Javier Garcia Campayo, del servicio de psiquiatría del Hospital Miguel Servet en Zaragoza.
“Pero, curiosamente, si a nosotros nos sale algo mal, nos machacamos y criticamos, nos decimos cosas que no se las diríamos a ninguna otra persona, y que nadie nos diría a nosotros, ni nuestro peor enemigo. Si dar afecto y no criticar es lo razonable con niños pequeños y amigos, ¿por qué no hacemos lo mismo con nosotros mismos? Ese es el principio de la autocompasión”, explica.
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De este modo, todo ello desemboca en el desarrollo de una gran exigencia y crítica no solo hacía nosotros mismos, sino también hacia el resto de nuestro entorno. Es por ello que, muchas veces, cuando tenemos que describirnos a nosotros mismos frente a otras personas resaltamos esas fortalezas y esas virtudes que luego olvidamos.
«No debemos infravalorar nuestras capacidades, pero tampoco debemos pecar con soberbia. Se debe reconocer que, si algo no sale como queremos, es culpa nuestra y debemos asumir la responsabilidad para llevar una vida saludable»
Esa manía por la que tendemos a exagerar las virtudes propias tiene un nombre: el efecto Lago Wobegon. En un artículo de Psicología y Mente explican que «sobrestimar las capacidades propias en comparación con la de los demás es una tendencia que existe en prácticamente todos los seres humanos». De hecho, el efecto tiene este nombre en relación a una ciudad ficticia creada por el autor Garrison Keillor. En esta ciudad prototípica todos los hombres son guapos, todas las mujeres son fuertes y todos los niños están por encima de la media.
Es por ello por lo que todo lo malo que ocurre, se atribuye a un infortunio o a una especie de conspiración que el planeta tiene en nuestra contra. Siempre pensamos que todo lo negativo que nos pasa es por culpa de terceros, en lugar de pensar que tal vez, hemos hecho algo mal nosotros. Por eso mismo, lo mejor es aplicar esta medida dentro de unos límites tal y como explican desde Psicología y mente «Si se da dentro de unos límites más o menos saludables, puede ser un factor de protección de la autoestima y para evitar que se den psicopatologías».
Así, se recomienda llegar a un punto medio. No debemos infravalorar nuestras capacidades, pero tampoco debemos pecar con soberbia. Se debe reconocer que, si algo no sale como queremos, es culpa nuestra y debemos asumir la responsabilidad para llevar una vida saludable.