Cine fantástico francés dirigido por una mujer. Para muchos, estas premisas podrían ser los factores rechazo. Sin embargo, son el núcleo para que Titane sea la película que revolucione el género a las entrañas de sus sentidos y, por ello, se mereciera ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Sinopsis
Un joven con la cara magullada es descubierto en un aeropuerto. Dice llamarse Adrien Legrand, un niño que desapareció hace 10 años. Para su padre, Vincent, esto supone el final de una larga pesadilla y lo lleva a casa. Simultáneamente, se suceden una serie de horribles asesinatos en la región.
“¡Para!”: primera palabra de la película. Sin embargo, la acción no se detiene y continúa. Ya me ha dejado clara la actitud que voy a tener que adoptar durante las siguientes horas. Y esa es precisamente la misma sensación que he sentido: por un lado, quería que la trama hiciera una parada, se detuviera y me diese un respiro para descansar; por otro lado, quería ver más. Y tuve más. Y tanto. Dicen que, en una relación de amor, el flechazo se produce en los primeros minutos. En Titane, los primeros quince minutos son una línea de partida volcada en un homenaje cinematográfico emocionalmente extremo, con planos secuencia, coches, violencia y sexo.
Hay momentos de la película de Julia Ducournau que tratan cautelosamente el relato de la identidad de género. Encontrarse y encontrar el sitio. La protagonista, Alexia, pasa por un proceso de transformación mental que le aproxima a un afán de mutación. Una transexualidad no realizada. Uno de esos momentos, que me encanta lo cuidado que está y lo mucho que expresa, es el instante en el que la protagonista trata de cubrir y ocultar su pecho apretándolo con una cinta. Una presión que, por cierto, se asemeja a la sensación que siente el espectador durante todo el film. Y es una alegoría de la vida, de lo visceralmente humano.
La cuestión del cambio es un tema que parece que le interesa a Ducournau. En su primera película, “Crudo” (2016), se explora el punto de los cambios que se producen en la adolescencia (y como ellos acaban derivando en canibalismo, comiéndose a compañeros de clase). En Titane, ese cambio es infinitamente más radical, dado que estas alteraciones profundizan más allá de lo puramente físico.
El guion maneja unos conflictos de unos personajes que, en esencia, son el mismo conflicto. Se trata de dos personas dañadas física y mentalmente, con traumas y abandonadas, sin rumbo claro en sus vidas. Son admirables las interpretaciones por parte de Agathe Rousselle, quien se pone en la piel de una protagonista violenta, fuerte e independiente, y Vincent Lindon, un bombero empático y desesperado.
Uno de los encantos de esta película se localiza en la capacidad de poder contar la historia prácticamente sin palabras y escasos diálogos. Un amor silencioso y barroco, que mana de la mentira. En ocasiones, las actitudes y comportamientos de Alexia recuerdan a una Eleven, de “Stranger Things” (Hermanos Duffer, 2016) que se ducha aterrada en la bañera de “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960) y se enamora de un coche diabólico cual “Christine” (John Carpenter, 1983). Y, desde luego, acompañada por una banda sonora tan adecuada que incita a ponerse un mono de bombero y bailar hasta que el cuerpo aguante, literalmente.
Destaca, también, la división del argumento en dos bloques principales que discurren por caminos diferentes. Impacta, cuanto menos, el pensar que la película iba a seguir un rumbo y resulta que difiere por otro completamente diferente. Y esto es una virtud, pero, a su vez, confunde. El ritmo en Titane posiblemente peque por ser innecesariamente acelerado, pudiendo desorientar al espectador en los diferentes cambios de escenarios del desarrollo argumental. Si a este ritmo desenfrenado se le suma la sensación de incomodidad que producen en el espectador algunas escenas viscerales y vomitivas, la mente deriva en un estado de shock. Durante la película estaba incómodo en el asiento y no precisamente porque fuese inconfortable. Al acabar la película, no me moví del mismo pensando “¿Y ahora qué?”.
(Valoración: 9/10)
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