«Un peral entra por la ventana»: la tirantez entre dos generaciones

La sala Lola Membrives es una estancia pequeña y subterránea en la que cuesta diferenciar dónde empieza el escenario y cuál es la primera fila del público. Lo bueno de lo íntimo es que es cercano. Lo malo de lo cercano, que todo se observa con lupa. Un peral entra por la ventana es una obra pequeña y acogedora que recibe de nuevo Madrid desde el 12 de junio hasta el 4 de julio en el Teatro Lara. Una comedia de Marcos Fernández Alonso que retrata a una familia que, a pesar de no dejar de hablar, no se dicen nada.

Héctor y Julia (Antonio Romero y Maya Reyes) deciden transformar la casa en la que viven (cedida por la madre de Héctor) en un asilo para refugiados sirios y convocan a la familia para comunicarles la noticia. Pero la familia de Héctor no es una familia al uso. Jorge (Marcos Fernández Alonso), su hermano, es un mago que ha perdido la magia y su madre, Juana (María Segalerva), una burguesa que aún sigue considerándose comunista. Jorge define la magia como aquello que libera la verdad, en detrimento del truco, que la esconde. La obra resulta ser un intento de truco que acaba por tornarse magia.

El público empatiza con Héctor a los pocos segundos de comenzar la obra. ¿Quién no ha sentido el corazón en la garganta mientras espera el veredicto de su madre? A Juana no le gusta el peral que Héctor ha plantado frente a la casa (su casa). Sin embargo, Héctor está obcecado en que ese peral se quede donde está. Representa el último vestigio de su proyecto, una cooperativa que se fue al traste por una plaga. Y, de alguna manera, siente que salvando alguno de los árboles, no fracasa del todo. 

Ese peral (que de momento no entra por ninguna ventana) es la personificación de la tirantez entre madre e hijo, y entre dos generaciones. El comunismo que se alzó ante el burgués tomando con éxito los modos de producción. Y, por el otro lado, los descendientes de estos que, por mucho que trabajen, tengan éxito y hagan frente a sus propios problemas,  nunca llegarán a hacer tanto por el mundo como sus antecesores. 

La familia se propone no discutir, aunque se dicen mucho más entre líneas que directamente. Acoger a los refugiados ha sido cosa de Héctor, como él mismo se encarga de dejar claro reiteradas veces. Lo que le importa al mayor de los hijos es ser capaz de llevar a cabo un proyecto con éxito y por su cuenta propia, aunque sea rodeado de la propiedad de su madre. Una madre que, a pesar de llevar tacones y llamarse a sí misma directora general sigue considerándose una proletaria. Juana es la fina línea entre el obrero exitoso y el burgués hipócrita que, sin embargo, acabas por coger cariño. 

Más allá de perales y sirios, esta comedia muestra las rencillas de una familia que se ha guardado mucho y que, por arte de magia (o de vino) empieza a decírselo todo. Cuando por fin Héctor se libera, el peral entra por la ventana de la casa para imponerse sobre todo y todos los demás.

El teatro Lara nos invita a un aperitivo de verduras fertilizadas ecológicamente y mucho vino donde los hijos se rebelan contra el yugo de ser desdeñados por la madre, en pos de sus hazañas y éxitos. Héctor se alza en representación de una generación de apaleados y menospreciados. Dice “basta” y expone todos sus problemas y las soluciones exitosas (algunas más que otras) a las que están llegando. 

Por supuesto, Un peral entra por la ventana es un debate a la orden del día sobre la ayuda humanitaria. ¿Es beneficioso para los refugiados que los acojan en los países, o deberían quedarse en sus regiones de origen luchando como otras generaciones hicieron con sus problemas?