“Escucha censuras de los demás, pero reserva tu propia opinión” dijo Shakespeare. Después de leer esta frase es ardua la tarea de sentarse y opinar sobre las obras de aquel que pensaba que lo mejor era preservar la propia opinión. Actor, dramaturgo, poeta… ¿Quién se atreve a criticar a un artista tan polifacético y grande? Marcel Tomás, otro director, actor y creador. En este caso, director y actor protagonista de Un tal Shakespeare.
Un cómico reconocido, de larga fama y trayectoria. Con experiencia detrás de bambalinas y sobre las tablas, Marcel Tomàs entra en escena y tampoco hace falta mucho más. Ya te estás riendo. No se sabe si es por el casco militar mal colocado, por la apariencia de soldado de poca monda, o por esa mirada que dirige al público. Pero antes de que haya dicho la primera línea se oyen risas.
Si a golpe de crítica literaria todo se queda corto es mejor hacer comedia, que aligera los reproches y ensalza las alabanzas. Aunque reproches en Un tal Shakespeare encontramos pocos. Una compañía de actores acude al Teatro Lara para representar un compendio de obras de Shakespeare cuando parte del elenco se pierde por el camino. Entonces uno de los actores, el propio Tomàs, debe hacer tiempo con el público, con quien no genera ninguna distancia. Pero, por suerte o por desgracia, no lo hará solo. Toni Escribano interpreta a El Gallego, un figurante lisiado que aparece en medio de la función.
Este dúo de cómicos, el clásico tándem del ingenioso y el patoso, debe entretener al público mientras el resto de los actores parece alejarse más y más del teatro. Ante la falta de personas que interpreten los papeles, ¿por qué no recurrir al público? Total, si las obras de Shakespeare las conocemos todos.
Durante algo más de una hora se hace un repaso de las obras más sonadas del escritor británico, analizando sus personajes, sus tramas, sus enredos y sus finales tormentosos. Escudriñando, desde el humor, algunas de las líneas más famosas, revisando los textos que tantas veces hemos escuchado desde una perspectiva diferente.
Y, como decíamos, es el público el encargado de representar a parte de los personajes. La espontaneidad de la situación, lo paradójico e improvisado, junto con lo pintoresco de la escena genera una atmósfera donde es imposible no reírse. Lo cutre de la representación, a conciencia de esta manera, pretende ser la nota más graciosa del espectáculo. Los entresijos del teatro quedan al descubierto y las directrices del director se dan en voz alta de modo que el público ve paso a paso cómo se orquesta ese espectáculo que no tiene ningún desperdicio.
La obra se caracteriza por las risas y la ruptura constante de la ficción. Cuántas veces nos hace más gracia ver cómo nos reímos de una obviedad que la propia obviedad de la que nos reímos. Un tal Shakespeare es una demostración del esqueleto de toda obra teatral. Da la vuelta al punto desde el que se mira, jugando continuamente con el pacto de ficción que todo espectador hace cuando entra al teatro. Tomàs rompe ese pacto para situar el chiste sobre lo iluso que es que un grupo de adultos se crea todo aquel argumento. Rompe la famosa cuarta pared del teatro y pone el acento en el esfuerzo imaginativo que el teatro requiere y que, en el fondo, es similar a los juegos que inventamos de niños, donde dos cocos pueden ser un caballo y Julieta puede envenenarse con tabasco.
Sea como fuere, entre broma y broma sí se termina analizando los puntos clave de la obra Shakespeariana, la riqueza de sus personajes y se ensalza la figura del que fue y será uno de los dramaturgos más importantes de la historia. Regresarán de nuevo el día 31 de julio en una segunda función.