Los diferentes roles que mujeres y hombres desempeñan en nuestra sociedad se plasman en todos los ámbitos. Dejan patentes asociaciones inconscientes que hacemos entre mujer y hombre y comportamientos, atuendos, vocabulario y un largo etcétera. Dos grandes problemas son la normalización y la perduración en el tiempo. Cuesta creer que las cosas no han sido siempre de la manera en que nosotros las vivimos actualmente. O que no tienen que ser así más.
El carácter escurridizo, sutil, camuflado y veloz de estos estigmas que colocan a hombres y mujeres en diferentes posiciones está perfectamente representado en Yo, nunca.
Al principio cuesta un poco entender el argumento de la obra. Cuatro jóvenes bailan aleatoriamente en el centro del escenario hasta que se oye el aviso de comienzo de la función. Uno de ellos cuenta su historia, luego lo hace otra. Y parece no haber ninguna conexión entre ambas, ni con los demás personajes. Hasta que el espectador percibe que se está haciendo una crítica al lugar y el tratamiento que el sexo ocupa en nuestra sociedad.
Cuatro treintañeros, dos chicos y dos chicas, deciden rememorar sus tiempos de juventud jugando al “yo nunca”. Ese juego tan popular donde uno anuncia en voz alta algo que nunca haya hecho, de modo que quien sí lo ha hecho debe beber. Es un juego de doble filo pues puede dar lugar a conocer mejor a las personas que tenemos alrededor, o bien puede desembocar en una continua confesión de secretos y mentiras. Esto segundo es lo que les ocurre a nuestros protagonistas.
La normalización y la estigmatización de la que se hablaba antes cobran una importancia mayúscula a la hora de hablar de sexo. Y aunque parece que vamos rompiendo barreras poco a poco, Yo nunca nos recuerda que hay prejuicios muy arraigados que todavía debemos luchar por romper.
A través de las historias autoficcionadas de sus cuatro protagonistas (Jesús Redondo, Sara Ruiz Sardón, Sergio San Millán y Ferri Ballester) somos testigos de algunas situaciones donde estas situaciones diferentes se hacen patentes: Cómo de diferente se ven las actitudes de un hombre y una mujer en cuanto a ligar se refiere. Qué estereotipos se relacionan con cada uno. Cómo las personas de nuestro círculo más cercano no están exentas de culpa y son parte importante de la estigmatización.
Encoge el alma ver cómo un actor desnuda una parte de sí mismo. Sin duda es un regalo para el público cada vez que un actor o actriz decide abrirse en canal y dotar a la interpretación de una base real. O cuando una misma se atreve a escribir una obra de teatro para visualizar, en otro registro, algo que ocurre diariamente y que aún personas olvidan o no quieren ver. Destacable es, por lo tanto, la actuación de Sara Ruiz. Quien además es, junto con Jesús Redondo, autores del texto.
Una vez establecido el punto, la obra fija su objetivo en un peligroso titán cuyos tentáculos se extienden entre la juventud y conforman el imaginario sexual: el porno. Parece evidente que si el modelo del que nos servimos no es adecuado, la forma en la que nos comportaremos tampoco lo será.
Repasando el cine, por ejemplo, nos damos cuenta de la cantidad de películas que recurren a violaciones. ¿Es normalización? ¿Es necesidad? ¿Es un recurso llamativo en el mundo cinematográfico?
Cuando una piensa que parte del camino ya está recorrido, Yo nunca aparece para recordarnos que todavía queda mucho por hacer. Y que ese trabajo es obra de todos.
Es una obra impactante y veloz que no deja impasible a nadie. Donde la cabeza opera a mil por hora, donde uno se cuestiona qué es lo que hace mal en su día a día. Donde nos damos cuenta de todo lo que queda por hacer y de todas las personas que no están dispuestas a tratar de que la situación cambie.