Era la mítica tarde de sábado y resaca, de anécdotas inverosímiles, de ilusiones de juventud un poco rotas y de corazón vulnerable. La situación perfecta para enfundarse el chándal y encerrarse en la oscuridad de un cine donde todo lo de fuera queda suspendido en lo que dura la historia de la pantalla. Ese sábado escogí ‘Chavalas’, la ópera prima de Carol Rodríguez Colás que aterrizó en las salas el 3 de septiembre. Una película que pintaba fácil, entretenida, de sábado de resaca, y que acabó por arrancarme alguna lágrima y estrujar un poco más el corazón.
A simple vista el argumento de la película resulta tierno y amable, una historia de amistad y de raíces, de un tiempo que pasa y queda. De pronto, algo tocó la tecla de la lágrima. Fue una frase con la que Marta, el personaje de Vicky Luengo, comienza su discurso hacia el final de la historia: “yo soy de aquí”. Esa frase fue, para mí, la dinamita que hizo saltar por los aires una retahíla de pensamientos que, tarde o temprano, necesitaban salir.
El personaje de Marta empezó desde el primer minuto a diseñar la cura de humildad que alcanzaría su colofón con esa daga disfrazada de frase. Como Marta, yo también cambié a conciencia el pueblo por la ciudad persiguiendo una vida que, gracias a Dios, puedo vivir. Dicen que un hogar no tiene por qué ser un lugar, que tiene más que ver con aquello que nos habla de felicidad, por eso poco a poco fui haciendo de la ciudad de las oportunidades, los sueños cumplidos y las sorpresas mi casa. Y, aunque ni quiero ni puedo olvidar mis raíces, a veces sí que olvido ese “yo soy de aquí”.
‘Aunque ni quiero ni puedo olvidar mis raíces, a veces sí que olvido ese ‘yo soy de aquí»
El desnudo de complejos y prejuicios que desatan esas cuatro palabras en el discurso de la protagonista tuvieron un efecto similar en mí. Porque yo también soy de aquí, que muchas veces es allí, pero que vive en mí y conmigo, y que por eso siempre es aquí. Soy de donde siguen llamando a mis padres con nombres de chiquillos, porque antes de verme crecer a mí las calles del pueblo ya forjaron sus pasos. De donde las familias heredan sobrenombres centenarios, donde sin saber cómo todo el mundo sabe de quién eres, todas las casas parecen un poco tu casa.
También soy de las sillas al fresco en verano y el olor a frío y chocolate cuando llega Navidad. Por muy poco que me guste, soy de donde todo el mundo sabe de la vida de todos, pero también de quien ofrece su hombro si un rumor le hace saber que algo anda mal. He crecido en los columpios de la plaza del pueblo, en el quiosco de las chuches duras y en los rincones más remotos donde se empezaba a hablar de amor. Aquí, donde los primeros amigos, los primeros recuerdos, las primeras veces soñando con palabras en la biblioteca pública que algunos domingos convertía en un universo solo para mí.
Soy de las expresiones que me enseñaron a conocer el mundo, del sitio del que huyo sin soltar del todo, porque cuando la vida duele cierro los ojos y siempre, siempre, viajo allí. Yo, como Marta, soy de aquí. Un aquí que no tiene las oportunidades ni la magia de la ciudad, un aquí donde me agobia construir un futuro, pero que inevitablemente es y será allá donde esté mi ahora. Porque, como dice la película, “la chica puede salir del barrio, pero el barrio no sale de la chica”. La vida se hizo vida en el pueblo, y sin pueblo ni hubiese habido ciudad, ni se hubiesen forjado los sueños que son motor de un vuelo que se hace más fácil con la certeza de la vuelta.
Yo soy de aquí, y me lo digo a boca llena. A riesgo de caer en la metáfora fácil, tengo claro que si sigo creciendo es porque me sustentan las raíces que se nutren del calor del Sur en verano, de las flores del patio de mi abuelo, de los panecillos con arroz de mi abuela, de las canciones del coro de misa, del relente de la feria de septiembre y del olor a incienso y cera de que impregna abril. Pero, especialmente, se nutren de la esencia del aquí, de cada cara conocida que aunque no sepa bien quién es me da cierta sensación de hogar. Porque si el hogar tiene que ver con la felicidad, aquí es donde el corazón tendrá por siempre cordura y calma.